La señora araña
La señora araña tejía su telaraña en mi regadera.
Andaba despreocupada, toda patona y larga, haciendo pendientes que toda señora araña hará a las once de la mañana.
De un brinco, salió entre la cortina, esquivando hábilmente las gotas que le caían. Y como resorte que hacían sus patas, se alejó presurosa a donde el agua era menos violenta.
La miraba de reojo mientas me enjabonaba la cabeza; se claramente que esa vieja bicha iba a esperarme a que estuviera cegado lavándome la cara para atacar con sus patotas largas. Me lavé todo el cuerpo antes y cuando dejé la esponja para la espalda, la señora araña atacó traicionera por la espalda.
Se acercó veloz y silenciosa por la orilla bajo la cortina y se detuvo con mi grito poco masculino. Tomé armas y entablé batalla feroz con la enemiga de mi tranquilidad. El bote de champú resbaló con el primer ataque, solo me quedé con la cubeta azul en la mano izquierda, la menos hábil.
Andaba despreocupada, toda patona y larga, haciendo pendientes que toda señora araña hará a las once de la mañana.
De un brinco, salió entre la cortina, esquivando hábilmente las gotas que le caían. Y como resorte que hacían sus patas, se alejó presurosa a donde el agua era menos violenta.
La miraba de reojo mientas me enjabonaba la cabeza; se claramente que esa vieja bicha iba a esperarme a que estuviera cegado lavándome la cara para atacar con sus patotas largas. Me lavé todo el cuerpo antes y cuando dejé la esponja para la espalda, la señora araña atacó traicionera por la espalda.
Se acercó veloz y silenciosa por la orilla bajo la cortina y se detuvo con mi grito poco masculino. Tomé armas y entablé batalla feroz con la enemiga de mi tranquilidad. El bote de champú resbaló con el primer ataque, solo me quedé con la cubeta azul en la mano izquierda, la menos hábil.