Caldo de cultivo

30.11.04

Sueño con dinosaurios

Un sujeto parecido a Greg Kinnear, pero cabezón como Charles Bronson estaba mirando hacia abajo. Veía al típico escuincle protagonista de película hollywoodense y le decía con cierta preocupación, que había pedido un deseo y se había cumplido (...creo que hace unos dos días ví Liar Liar en versión canal cinco):

Pidió que existieran dinosaurios. Y entonces, pasé de observador omnipresente a protagonista de película corriente.

Nos encontrabamos algunos amigos (...de caras y nombres desconocidos, pero, como pasa en los sueños, por razones soñísticas uno sabe que son del bando aliado) en un centro comercial grande, de unos 17 pisos (..creo que ese día fuí a la torre a dejar un trabajo y fué encabronante no encontrar el piso al que tenía que llegar).
Era como un cilindro gigantesco de cristal, con pocas tiendas, muchas ventanas. Tenia también una vista al malecón de una ciudad tercermundista, con techos acartonados y autos de '89. Además, una playa con arena arrugada y un mar opaco, viejo y maltratado.

Una toma panorámica desde el punto más alto de interior de la torre comercial dio comienzo al sueño. De ahí arriba preocupaba la prisa con la que toda personita corría (desde arriba todos se veían chiquitos). La gente huía desesperada de una marejada wannabe, corrientona y con poca autoridad, de la cuál salió una serpiente grande (no se vio cómo, pero supe que de ahí salió) con pinta dragón del folklore chino, pero sin cara de tarado.

Entonces, en pocos minutos, todo se llenó de bestias enormes. El primero fué algo parecido a un Tiranosaurio rojo, con tono de jueguito de Jurassic Park, que entró derrumbando la puerta de cristal. Larki corrió hacía el barandal de una orilla y, en el intento desesperado por no ser masticada enterita, pegó un brinco al otro lado. Pero fué tan brusco el salto que se fué al piso; al dinosaurio creo que se le acabó la batería porque ya no hizo nada.

Yo corría en los pisos arriba con un par de fulanos, entre ellos el Nacholimón y el Arturo. Después de ver el penoso tropiezo de Larki, el Arturo pretendió ir a ayudarle, pero terminamos en un local vacío con rejas, al estilo mercadito sureño. Tuvimos que entrar con prisa porque un pájaro enorme, híbrido entre el abelardo Sesame Street y el casuario australiano, lanzaba picotazos que doblaban los barrotes de la reja (ahora la reja tenía barrotes carceleros). ¿Cómo salimos de ahí? Agarrábamos pescados que la marea traía hasta el décimo séptimo piso y se los aventábamos para distraerlo. En ese instante de distracción le atacábamos con todo lo que había en la cajuela de una Murano azulada que la marea había traído junto con los pescados; nuestro arsenal eran lanzas rústicas amazónicas y tubos de pvc (¿se escribe así?) grises.

Finalmente, por la ventana a nuestra espalda, entró volando una serpiente color mostaza, enorme y gruesísima, la cuál se enroscó en el techo de la torre, miró para abajo y yo me desperté... Emocionado como chamaco con mi sueño heroico.

Así entonces, fuí a la cocina, tomé licuado y comí huevo, uniéndome de nuevo a la estirpe de los monótonos mortales de la Villa del Pitic; aquellos que matan cashoras y luchan eternamente en una guerra civil por la corona del chero de más aguante en la disciplina de pisto libre.

Que aventura.

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